Uno de esos días

Hay días extrañamente extraños, hoy fue uno de esos. Tienen de particular estos días que no aparecen muy seguido. Hacía casi tres años que no me visitaba uno. Caen de improvisto a puñaladas sobre los días rutinarios y los dejan desangrándose en el suelo.

No dormí mucho, había llegado tarde a casa y a la mañana siguiente debía estar temprano en otro lugar para asumir una de las primeras responsabilidades de muchas que vendrán en este nuevo rol que se apodera de mi vida. Pensaba, igualmente, en lo mucho que quería que ella se hiciera cargo de todo. No lo hizo, no correspondía, y así fue mejor. Me sentí bien. Luego llegó para acompañarme, como corresponde a una madraza. Y se sintió todavía mejor. Un "momento trascendental" en mi vida.

Una llamada atendida, después de tres perdidas. Una persona importante en mi vida había recibido una noticia de esas que nunca querés escuchar y tenía que estar ahí. Lo cierto es que hay una realidad tristísima y ajena de la que sólo conozco su existencia: Sé algunas de sus historias, recuerdo números, me lamenté por sus caras, pero no la padecí. Lo que le pasa al mundo queda en segundo plano cuando crees estar mal. Hasta que llega uno de estos días en los que una guadaña le sacude la tierra a una persona tan querida...

Llegué y vi sus ojos hinchados. Le di un abrazo de esos que no deberían terminarse, me senté a su lado y me quedé ahí un rato. Parecía llevarlo bien pero, claro, estas cosas nunca se llevan bien. Hacía tanto no veía sus lágrimas, tan pocas veces las vi en tantos años...

Cómo serán las cosas, que estábamos donde teníamos que estar. Un lugar cálido, el cuaderno de un padre escritor, historias desde el '71 que nos contaban sus poesías, su vida, sus dolores. Él no debía llegar hasta que termináramos de leer lo que nos permitía el corazón, que se desbordaba bastante fácil con esos renglones. Y no lo hizo hasta que estábamos dejando su casa. Llegó con su mujer, que abrazó a mi amiga y expresó lo que todos sentimos en estas situaciones: "no puedo decirte nada". No fue la frase sino la sabiduría en sus ojos, el haber vivido muchos más de estos días extraños que yo y un "te quiero" que no dejaba más lugar a palabras.

Volví a la que por pocos días seguirá siendo mi casa sintiendo que tengo una pizarra mágica para hacer lo que quiera con ella. Que es una obligación hacerlo. Creyendo que este día, que mezclaba algo buenísimo con algo tan feo fue una cachetada necesaria... porque hacía un mes creía mi vida terrible. Qué idiota.

Tengo un mar de lágrimas sin causa, contenidas sin motivo. No son tristes ni alegres, son. Quizás sea el sin sentido general el que me las deja adentro.

Existe una doble suerte en que estos días no pasen seguido. Porque ese coctel de "momento trascendental" con el dolor (tuyo, mío, de ella) no se soportaría y porque se perdería la magia de saberlo un día especial, del que algo tenemos que sacar. Un día rutinario pasa desapercibido, se tacha en el calendario, se borra de la memoria, para darnos cuenta una mañana que ya pasó medio año, que ya pasó un cuarto de siglo, que ya estás grande, que vivir sin reloj no altera el paso del tiempo.

Hay días extrañamente extraños. Días que, quien sabe si será por la alineación de los planetas o por un conjunto de casualidades, son extraños incluso para los días extraños. Hoy fue uno de esos.

Mi día extraño fue el 16 de enero de 2001. Y sí, recuerdo la fecha, porque la tengo grabada a fuego, como la del día que marcó el inicio de lo que es hoy mi vida.

Estaba en cuarto de carrera, quedaban apenas dos semanas para exámenes, y como buena nerd que soy, estaba estudiando. Preparaba el examen de ondas electromagnéticas, mi asignatura favorita de ese semestre. Tenía algunas dudas, y fui al profesor a preguntarlas. Era uno de los profesores "serios", de los que se hacían respetar, pero tenía (y tiene) cierta aura de afabilidad que le hacen agradable. El hombre me explicó, acabamos rápido y yo me iba, cuando me preguntó qué pensaba hacer ese verano. Me encogí de hombros (recordemos que era enero, y que yo soy "gallega"), y me preguntó si querría estar un mes en el laboratorio, que me contrataba para ese verano, para que probara si me gustaba aquello y tal.

Soy una empollona, me encanta cacharrear, no podéis imaginar la ilusión que me hizo.

Pasé el día en la biblioteca y, por la tarde, con mi hermana, nos fuimos a casa. Ella estudiaba en mi campus, así que volvíamos juntas. Le fui contando, contenta, y cuando llegamos a casa nos esperaba mi madre en el recibidor, junto a una bolsa de equipaje. Qué raro. No me dio tiempo a contarle. Mi tío salió del comedor, se iban ya, a Barcelona, nos estaban esperando para irse. Mi padre había tenido un accidente y no sabían qué pasaría, estaba grave, le habían operado, tenían que irse.

Mi padre volvió a casa un mes después, mal, pero vivo. Yo hice ese verano la colaboración en la facultad, y ese profesor acabó siendo mi director de tesis. Mi padre lloró el día que me doctoré, y esa es la única vez en la vida que jamás nadie le ha visto llorar.

Reine escribió:

¿Estaré confundida? Tal vez no interprete bien, tal vez no debías ser interpretada pero esto me inspiró y esto quedó. Gracias Pixie.

Ahora ya sabés que es todo literal pero aún así, no se puede estar confundida con esto, cada una interpreta como mejor le sirva

Atia, Dra. empollona, no sabía nada de esa historia. Hay días extraños que se resisten a ser muy buenos o muy malos, quieren ser lo contrario para compensar y terminan siéndolo todo. Ya te voy a agarrar por paloma para más detalles.