Yo no fui a la expo pero les puedo recomensar del mismo artista lo siguiente:
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]Sigmunf Fraude & PsicoanálisisDelicioso fragmento del libro escrito e ilustrado por Horacio Cardo (y cuyas pinturas originales siguen en exposición en el Centro Cultural Recoleta), que ironiza hasta el sarcasmo la obra de Sigmund Freud (psicoanalistas tomarlo con humor irreverente o con espíritu autocrítico o abstenerse):
"(...) Un grito de Càrriot paraliza al grupo:
-¡No toque ese bebé, Streger!
Streger saca la mano.
-No es un bebé -explica el simbolista-. Es un pene. Algunas mujeres subliman su envidia por el pene y la transmutan por su deseo de tener un bebé. En este caso, la gestión y posterior abandono del niño debemos atribuirlos a uno de los componentes femeninos de Freud.
La mirada de Streger se torna hostil. Con un gesto de cabeza inquiere a Koetler. Este confirma:
-Al menos, es lo que Freud Dice. Y estamos en Freud.
El razonamiento parece convincente.
La proximidad de dos personas que se acercan obliga al grupo a esconderse rápidamente en un callejón.
-Son Clovis y Freud. ¿Qué harán aquí?
-Querrá decir una proyección freudiana de Clovis y Freud -corrige Distel.
El analista y la mujer se detienen. Un tercer individuo, enorme, musculoso y rubio, se aproxima a la pareja.
-Y ése, ¿quién es?
-No tengo la menor idea...
-Yo tampoco, pero por el aspecto y la ambientación estresante que estamos viviendo, parece ser alguien que Freud trae a cuestas en su psiquis. Una frustración de arriba de cien kilos.
El gigante rubio tropieza con el bastón del analista, trastabilla, cae y se incorpora encolerizado, con la evidente intención de golpearlo. Freud focaliza en él su voz suave, psicoanalítica. El hombrón titubea y huye asustado.
-¿Qué le ha dicho, Sigmund?- pregunta Clovis.
-Le he informado sobre los motivos por los cuales desea golpear. En otras palabras, acabo de asomarlo a los abismos de su ser.
-¡Es usted tan admirablemente inteligente! -exclama la mujer, subyugada.
El estrépito de objetos que se desmoronan en el callejón indica que Streger ha perdido el control de sí mismo.
-¡Este hombre es un imbécil! -grita fuera de sí-. ¡Qué fantasía inaudita!
Kotler lo ataja.
-Contrólese, Streger. El proyecto está por encima de todo. Recuérdelo.
-¡Es que la situación es inadmisible! ¡Este hombre está muy enfermo! ¡Es un abismo de inmundicia con aspiraciones de guiar a los demás!
-Son los peores...
Un rápido vistazo hacia la realidad por el orificio psi les permite comprobar que el aoboroto no ha despertado las sospechas del Freud físico, quien (en estado hipnagógico) continúa sumido en sus inconcebibiles ensoñaciones.
La voz de Streger vuelve a resonar dentro de la fantasía freudiana:
-Ahí vienen otra vez Clovis y Freud. Esta parte ya la vismo...
-No; no la vismo -aclara Càrriot-. Estamos presenciando una recomposición escénica con finales múltiples, producto de sus obsesiones manías de perfeccionamiento.
-Empiezo a perder la paciencia.
-¿De qué paciencia me habla? Distiéndase y deje de embestir contra el mundo, Streger. ¿Qué remedio nos queda sino contemplar cómo los yoes actúan a su antojo a expensas de sus delirios de grandeza? Todo está donde debe estar. No intente modificarlo. ¿O quiere usted también impresionar a su propia Clovis?
El gigantón se acerca y tropieza nuevamente con el bastón. Distel, previendo lo que vendrá, intenta distraer a Streger:
-Se ha descubierto -analiza- que en personas cuyo desarrollo libidinoso ha sufrido una perturbación, como por ejemplo entre los pervertidos y los homosexuales, su deseo en la búsqueda de un objeto sexual...
El gigantón pasa junto a ellos en la dirección contraria, lloriqueando como un niño.
-¡Lo está haciendo pedazos! -comenta Streger-. ¡Se ha ensañado con él y lo está haciendo pedazos!
Ya algo inquieto, Distel retoma su relato:
-... estos narcisistas no buscan como modelo a su madre o a su padre, sino a sí mismos...
El gigantón vuelve a pasar.
-Déjeme hablar dos palabras con él -reclama Streger, adelantándose.
-¡Ni lo sueñe!
Koetler comprende que ya no hay forma de contener a Streger. Hace la seña convenida y Alamanases los "sube a la superficie".
El Freud de carne y hueso está allí, meciéndose con una imperceptible sonrisa. Al verlos, se incorpora:
-¡Buenos días, amigos!
La excursión ha resultado ser sorprendentemente fácil y segura. Tanto, que desde ese momento las entradas y salidas a Freud se sucederán cada vez con mayor frecuencia y a cualquier hora del día. Cada visita mostrará variantes de la primera: Freud con Clovis, Freud con Clovis y Lorraine, Freud con Clovis y Lorraine en la cama...
La proverbial fascinación humana por lo mórbido hace que pacientes y vecinos de la colonia comiencen a participar de aquellos viajes. Grupos numerosos de personas van y vienen desde el interior de Freud. Hasta la misma Clovis llega a sumarse a uno de aquellos grupos para presenciar atónita las vejaciones sexuales a la cual es sometida esa doble psicológica suya. Meses después, inadvertido de aquella presencia, Freud recordará orgulloso "el increíble grado de realismo de aquellas fantasías, en las que hasta el perfume de Clovis había percibido" (...)".