Ella ya no recordaba como era aquella sensación de angustia oprimida en el pecho
Llevaba mucho tiempo negándose a la posibilidad de volver a enamorarse
Tenía prohibida la palabra llanto en el diccionario de su vida
Sin embargo, aquel sábado
Luego de horas pensando sin en realidad pensar
Las lagrimas cayeron y otra vez el pecho oprimido
Todo estaba perdido, podrido
Lloró y supo que nunca estuvo en sus manos
Entendiendo finalmente, que de nada servía arrancar
Lloró y la odió por haberla visto al mismo tiempo que ella la miró
Por haberla recordado y por haber puesto la primera palabra en su boca
La odió por haberla besado y por aceptarle una invitación a conocerse mejor
La odió por haberla tocado un poco más allá de lo permitido
Y por hacerla atravesar el primer umbral de sus temores
La odió por abrazarla en el momento adecuado
Por haberle prometido en un beso, amor eterno
La odió por perdonarle más de algún error
Y por volver a abrazarla en el momento justo
Pero más la odió por nunca enfrentarla
Por nunca decirle lo que de verdad sentía
Por siempre ser un espejo de sus propias emociones
La odió más por nunca decirle adiós
Por culparla de su propio egoísmo
La odió mucho más por nunca decirle adiós
Y se prometió, por enésima vez
con la diferencia de ahora estar con el rostro empapado
Nunca más volver a necesitar esos abrazos
que a la larga la hacían sentir tan menoscabada
Se prometió, con los puños apretados,
Nunca más volver a escribirle una línea de sus emociones.