Dejo un cuento mío, medio viejito. Los comentarios, de cualquier tipo y factor, serán muy bien recibidos.
Algunos finales necesitan ser trágicos
Un tropiezo más y la terraza, el cielo blanco y frío. Respirar, respirar como si no alcanzara todo el aire del mundo. Me arranqué la ropa y la lluvia me invadió, violenta y eso era estar vivo. La boca abierta, queriendo ahogarme de tormenta, ser viento, ser pez, ser nada. Adentro el humo, demasiadas líneas sobre el espejo, el insomnio voraz y las palabras como dibujos borrosos en la pared de otro.
Fotografías marchitas. La noche desenredándose en nuestros dedos. Lucía recitaba Simone de Beauvoir con fervor religioso y el tipo no hacía más que mirarle las tetas. Nico no dejaba de tocar la guitarra, ovillado en un rincón con los ojos fijos en ese mundo de cristales pálidos donde nadie iba a poder seguirlo. Y Marcos se obsesionaba con Kubrick otra vez y sus manos eran cámara pero todo ya estaba demasiado desenfocado, entonces mejor un toque más porque esta es buena en serio, es un relámpago en el medio del cráneo. Ariana se desprendió de la alfombra y se paró enfrente de mi cuaderno.
- Vengo a rescatarte, Mago. Ese lápiz tiene alma de vampiro.
Su peso sobre mí y su risa de caracola. Debí saber que era arena. Era el tiempo de los descubrimientos. Vidrios de colores hipnotizaban y pensábamos que todo era nuevo. Insensibles a las telarañas que ya empezaban a rozarnos los dedos.
Lucía leía Pizarnik con voz enloquecida y sus muñecas eran una maraña de tajos cobardes. Gritaba la revolución contra la testosterona dominante y coqueteaba con la androginia y las anfetaminas. Desparramada en el baño me confesó que lo que más quería en la vida era encontrar a un hombre que le domesticara las mañas y los miedos y le hiciera un hijo que se llame Francisco como el abuelo y nunca Jean Paul, ni Oliverio.
- Bailá conmigo- dijo Ariana y se trepó a la cornisa con seguridad felina.
Tironeó de un botón de mi camisa en un desafío risueño. Desde arriba todo era bruma salvo el concreto asfalto del suelo.
- Mirá, Mago. Somos libres.
Quiso acariciar el vacío, pero mi mano en su cintura y su boca en la mía; Marcos ahora diseccionaba a Kurosawa y las mujeres así no tienen dueño. Nos tatuamos la piel con besos furiosos, nos abrazamos con desesperación de niños perdidos. El resto fue música o delirio, el sol reflejado en las alas de una libélula, un instante perfecto riéndose a carcajadas del infinito.
Enterró la nariz en mi cuello y ronroneó.
- Te voy a robar tu olor. Todo tu olor a pirata. No se lo vas a poder dar a nadie más.
Sus uñas caminaban el mapa de mi brazo mientras la niebla reconquistaba sus ojos de ensueño. Su voz llegó lejana.
- De chiquita soñaba con ser trapecista. ¿Pensás que podríamos?
- ¿Qué podríamos qué?
- Escaparnos con un circo. Yo usaría un traje de lentejuelas y vos asombrarías al público con tus trucos.
- Sólo vos me decís mago, sirena. Y ni siquiera sé por qué. No sé hacer trucos.
- Mentiroso. Vos sos mago, a mí no me engañas.
Y me sacó la lengua.
Nico sonreía como un nene de seis años. Le gustaba encontrar el ruido escondido en cada cosa y hacerlo canción. Un día quería ser Hendrix y otro Beethoven. Una madrugada despertó a la ciudad con unos acordes que proclamaban a gritos la belleza. Estaba convencido de que teníamos que enamorarnos de la vida.
Ariana se deslizó entre mis sábanas con ojos traviesos y me mordisqueó la oreja. Gruñí, borracho de felicidad.
- ¿Y Marcos?
- Salió. Dijo algo de una productora independiente...
Otra vez la fiebre, las ganas locas de devorarnos hasta que no quedaran más que nuestros huesos. Y después la ternura, no poder dejar de acariciarla y todas las palabras que quería decirle, todas las tonterías de amante encandilado que quería susurrarle al oído hasta el fin de los tiempos y sabía, sabía tan bien, que iba a callar.
Por alguna razón, la tristeza. Empezó a vestirse despacio, gaviota frágil en el borde de la cama.
- No puedo seguir haciendo esto, Mago. Te estoy queriendo.
- Yo...
- Shh. Yo sé. No digas nada.
Un beso con gusto a final y Nico parado en la puerta. La decepción como pinceladas furiosas en su cara de chico. Tal vez sabía ya que se había derrumbado ese pequeño refugio, esa familia elegida. Que la casa iba a seguir ahí, con sus pisos crepitantes y sus fantasmas en el sótano, pero nosotros ya nunca íbamos a ser los mismos.
Quería escapar pero algo me retenía. Un círculo incompleto, un espejismo, una nostalgia. Un juguete roto que jamás tendrías la valentía de tirar a la basura. Algunos finales necesitan ser trágicos.
Me apretó fuerte la mano.
- Gracias por venir conmigo. Tengo miedo.
Una vez más las palabras eran vacío y mis manos torpes, desacostumbradas, trataron de recordar los caminos escondidos en su pelo.
- Todo va a estar bien. Vas a estar bien, chiquita. Lo que no entiendo es por qué no se lo dijiste.
- Conozco a Marcos. Sé que no lo quiere...
Sus párpados cediendo al plomo de la anestesia.
- Mago. Tal vez sea tuyo.
Un hombre de barbijo empujándome afuera. Tal vez. ¿Alcanzaba un tal vez para impedir la muerte? ¿Alcanzaba ese hilito de duda para dejar que fuera latido? Mi puño estalló contra los azulejos demasiado blancos.
No era ella esa muñeca blanca que llevé de vuelta a casa. No era ella esa luna rota. Supe que le estaba abriendo la puerta a una sombra. Las paredes me aplastaban. Me oprimían los pulmones. Aire. Ya no hay aire. Ya no hay nada. Corrí escaleras arriba, buscando el alivio efímero de la terraza.
Nico me miró cerrar el bolso como un perro que se abandona al final del verano. Cómo explicarle, si él veía aún los colores (pero ya deslucidos, gastados). Lucía le pasó un brazo alrededor del hombro con una ternura rescatada sólo para él. Un cuidate, escribí, no desaparezcas, no... Los rituales ingenuos de las despedidas. La llave giró en la puerta con gusto a derrota.
- Mago.
Apreté los párpados temiendo la pregunta inevitable, el reclamo, la herida. No, no me iba a despedir de ella. No, porque dolía.
- No te olvides tu lapiz vampiro.
Lo deslizó en el bolsillo de mi camisa disfrazando una caricia.
- Lo necesitás, para que me inventes si un día hace frío. Sólo no dejes que te coma la risa.
Su mano en mi cara y un beso en la nariz.
- Pero inventame entera. Inventame trapecista.
- Te voy a inventar sirena- le dije.
Sabía que Ariana odiaba las despedidas. Esperé a que estuviera en la escalera antes de abrir la puerta.
- Te amé como un loco.
Y no volví jamás.