1, 2, 3.
Más rápido, lejos.
4, 5, 6.
Me buscan, lo sé.
7, 8, 9.
Respirar, necesito respirar.
Me detengo.
Me escondo.
Espero.
Los oigo detrás de mí, gritándose entre ellos mientras me buscan.
Los oigo a mí alrededor, gritando mi nombre en vano.
Los veo entre los árboles, chocándose con las ramas y maldiciendo por lo bajo.
Los veo con sus linternas, iluminando lo que la Luna no puede.
Siento sus miedos, como si fueran uno sólo, intentando penetrar mi piel, intentando llegar a mi corazón y a mi alma.
Huelo sus cuerpos, cubiertos de sangre, llamándome desde la oscuridad.
Mis manos recorren el árbol que me sirve de refugio, escondiéndome de sus luces y de sus gritos.
La tierra está húmeda. La siento deshacerse entre mis dedos, mientras éstos se hunden poco a poco, milímetro a milímetro.
Veo las luces alejarse lentamente. Sus gritos siguen escuchándose, mientras el olor es casi irreconocible entre el olor a tierra húmeda, a lluvia. El único miedo que siento es el mío.
Cierro los ojos. Respiro hondo, pausado. Espero.
Todo se vuelve negro.
No hay sonido.
No hay visión.
No hay olor.
No siento nada.
No toco nada.
¿Habré muerto?