los músculos volvieron a crujir como crujió esa vieja cama.
tronaron,
de verdad lo hicieron. obligados a hacer movimientos que antes no
habían hecho, en virtud de posibilidades antes subsanadas de otras
maneras.
los músculos crujieron, he dicho, y la saliva también y el
asombro.
el asombro infantil frente a una nueva situación cuando se
pensaba que lo nuevo habia quedado en el pasado. vergüenza y casi un
desatino forzado, sentirse nuevamente frente a una situación en la que
no se conoce con precisión los movimientos, los azares y las peripecias.
a
lo guapo, como tanguera, (pues guapa no quedaría igual) se les hace
frente, maradonianamente. se calza uno esos botines que han sido hechos
para subsanar -dirán algunos mal pensados- las faltas y carencias de un
pie que por sí mismo puede llegar a patear la cancha a pura gambeta.
la
alusión no es gratuita, no señora. aquí, frente a estas situaciones,
quien les habla, se presenta de la única manera en la que es posible
presentarse. a lo guapo, inflando pechito como aquel diego del '86. pues
aquí no hay lugar para el temor, sino para la fantasía. y lo que no
sabemos hacer, nada, lo aprendemos si nos lo enseñan o lo inventamos,
sino.
siempre al ritmo cadencioso. el ritmo lo pone una, claro esta,
lo pone la otra, quien se sabe acoplar con perfección en un equipo que
puede hacer tronar los viejos huesos que sostienen este rectángulo.
y
realmente una se da cuenta, en partidos amistosos como estos, que lo
que se juega en el botín no es nada. que la pretensión de grandeza de
quienes lo portan como emblema del buen fútbol se equivocan, que vale
mucho más pararla de pecho y tirarle con el empeine desnudo, pues quien
juega bien a la pelota la mueve con botín o sin él.
pretensiones de
viejos puristas que quieren cueros y tradiciones. equivocados ellos,
porque el juego se inventa en los potreros, de primera y con ansias de
jugar por jugar, de lúdico campeonato por los porotos.
quienes
atravesamos por la experiencia del botín podemos encontrarla agradable,
intensa, satisfactoria, pero sabemos que nunca hace al jugador.
reafirmar
la supremacía del juego por sobre la tecnología, del deseo, por sobre
la competencia.
porque señores, aquí no se trata de quien la tiene
más larga, sino de quién juega el juego más bonito.