Lo despertó el grito o la antesala del grito, ese silencio previo como un pedacito de hielo resbalando por la espalda.
Hacía muchas noches que había dejado de tener miedo, la costumbre mata hasta eso.
Jugueteó con la idea de taparse hasta el flequillo con todas las frazadas y el acolchado y nada nada nada lo podía tocar, ni el círculo de luna que misteriosamente se colaba siempre por entre las cortinas.
Y como siempre Brasil volvió a inundar su mente. Brasil era donde nacían los sueños que no morían nunca, que ningún silencio o grito podían romper. Brasil tenía olor a tierra mojada y selva desatada, tenía olor a jaguar agazapado. Y ese inconfesable gusto a sangre.
Un golpe seco en el suelo de madera. Tampoco eso era nuevo, pero...
Estaba suficientemente lejos Brasil? Si se tapaba hasta el flequillo y apretaba los párpados lo más fuerte que se pueda en el mundo...
Pero Él se reía de sus juegos, Él nunca había creído en nada que no pudiera tocar. No, tocar no. Apretar entre las manos hasta que se destroce. Ahogar, masticar, matar.
El jaguar puede perforar con sus colmillos el cráneo de sus víctimas, recitó sin voz. La anaconda se enrosca alrededor de sus cuerpos y los sofoca, quiebra todos sus huesos hasta volverlos pulpa.
Él le había quebrado un hueso una vez. Lo había obligado a contar una historia sobre una caída de la bicicleta, demasiado verdín en el cordón, y claro, resbaloso. Ella había decorado su yeso con pájaros de colores y ojos de millares de criaturas de fantasía.
Sólo por eso y por su mano hábil recorriendo los bordes de cada raspón. Era su deber casi. Al mundo le importa poco si tenés 8 años o un millón, o si apenas te elevás del suelo un metro y medio. Los mejores enemigos nunca se meten con alguien de su tamaño.
Ni siquiera hundió los pies en las pantuflas de cocodrilo, ya no importaba en absoluto resfriarse. Y el jaguar y la anaconda con sus ojos brillando en cada rincón oscuro.
Por favor, por favor, que pueda, que lo encuentre, que me anime, por favor que se abra la tierra y esté en China, por favor que no haya infierno ni nada y que alguna vez pueda ver Brasil.
Sabía donde lo guardaba Él, no era ningún secreto. Le encantaba mostrárselo, pero no lo toques nunca porque te muelo a palos, pendejo. Y el asentía cada vez, con los ojos enormes.
Cuando lo tomó en las manos sintió el escozor de cada golpe. Era pesado, más pesado de lo que se imaginaba. Por favor, que pueda levantarlo, que pueda soportar el peso, que no me hunda en el piso que ahora es mar, no sé nadar como la anaconda y el jaguar.
Abrió la puerta y ya no podía dudar. La habitación olía vagamente a incienso y ron.
Apuntó al medio de su frente y disparó una dos seis veces, hasta que ya no había nada más que disparar, hasta que ya no había silencio más perfecto y apretó los ojos e igual lloraba pero te la buscaste, hijo de puta, te la buscaste papá y Brasil queda más cerca de lo que vos pensás.